Una última advertencia
1. Y al mismo tiempo estaban presentes algunos que le informaron acerca de los galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.
2. Respondiendo Jesús, les dijo: "¿Pensáis que estos galileos son más pecadores que todos los galileos porque han sufrido tales cosas?
3. Os digo que no; pero si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
4. O aquellos diez y ocho, sobre los cuales cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran deudores sobre todos los hombres que habitaban en Jerusalén?
5. Os digo que no; pero si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente".
18. Y dijo: "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿Y a qué lo compararé?
19. Es semejante a un grano de mostaza, que un hombre tomó y echó en su jardín; y creció, y se hizo un gran árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas."
20. Y de nuevo dijo: "¿A qué compararé el reino de Dios?
21. Es como la levadura, que una mujer tomó y escondió en tres satas de harina, hasta que todo quedó leudado."
30. Y he aquí que hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos".
31. En el mismo día, vinieron unos fariseos, diciéndole: "Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte."
32. Él les dijo: "Id y decid a esa zorra: "He aquí que hoy y mañana expulso demonios y hago curaciones, y al tercer [día] seré perfeccionado".
33. Sin embargo, es necesario que salga hoy y mañana, y el [día] siguiente, porque no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
34. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te fueron enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus crías bajo sus alas, y no quisiste!
35. He aquí, tu casa te ha quedado desierta; pero amén te digo que no me verás hasta que [el tiempo] llegue en que digas: 'Bendito [es] el que viene en el nombre del Señor'."
En el capítulo anterior, Jesús da a Sus discípulos una serie de advertencias que comienzan con la advertencia de "cuidarse de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía." Luego, Jesús advierte a Sus discípulos que "se cuiden de la codicia". Luego, al terminar el capítulo, se les advierte "que se reconcilien pronto con su adversario". Estas advertencias son directas y serias. Si no se presta atención rápidamente, el resultado será un descenso inmediato hacia una existencia infernal de la que no saldrán hasta que hayan pagado "la última moneda".
El asesinato de los galileos
El siguiente capítulo continúa la serie de advertencias, concluyendo con la más breve y grave de todas: "arrepiéntanse o perezcan." El capítulo comienza con un discurso sobre el problema del sufrimiento. La noticia del día era que algunos galileos habían sido asesinados por Pilato que había "mezclado su sangre con los sacrificios" (Lucas 13:1). Aparentemente, Pilato los había asesinado mientras ofrecían sacrificios en el templo, y mezcló su sangre con la de los animales sacrificados.
En lugar de comentar la brutal acción de Pilato, Jesús aprovecha el incidente para aclarar una falacia muy arraigada y enseñar una verdad fundamental. Dirigiéndose a la gente que le ha informado sobre el asesinato de los galileos, Jesús les dice: "¿Suponéis que estos galileos eran peores pecadores que todos los demás galileos, porque han sufrido estas cosas?" (Lucas 13:2).
Podría parecer que Jesús evade la cuestión. En lugar de comentar el acto bárbaro y sacrílego de Pilato, Jesús plantea una cuestión filosófica sobre el sufrimiento. Pero la pregunta que plantea es coherente con un tema principal de este evangelio: la reforma del entendimiento. Jesús quiere ayudarles a entender por qué la gente sufre. En aquella época, la creencia común era que el sufrimiento y la tragedia caían sobre las personas porque desobedecían a Dios voluntariamente. Este es el malentendido que Jesús quiere corregir. Por eso, dice, sencillamente: "No, estos galileos no murieron porque fueran peores pecadores que los demás". En otras palabras, Jesús quiere dejar muy claro que las desgracias de los galileos no fueron un castigo de Dios.
La respuesta de Jesús a esta pregunta no se queda ahí. Alejándolos de sus falsas conjeturas, Jesús eleva su comprensión a un nivel superior. Lo hace enmarcando la pregunta en términos de otra advertencia, una advertencia que continúa la serie de advertencias que se dieron en el capítulo anterior. Jesús dice: "Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lucas 13:3).
En otras palabras, deben deshacerse de la falsa idea de que Dios castiga a los pecadores. Jesús quiere que comprendan que Dios no es el autor del sufrimiento humano. Una vez que eso está claro, lo siguiente que hay que entender es que el arrepentimiento es esencial. Quien no se arrepiente sufrirá, no porque Dios lo castigue o le ocurran accidentes, sino porque una vida sin arrepentimiento -es decir, una vida contraria a los mandamientos- llevará inevitablemente a la miseria.
La torre de Siloé
Para reforzar esta enseñanza, junto con su posterior advertencia, Jesús les pide que recuerden un incidente en el que una torre de Siloé se derrumbó, matando a dieciocho hombres. Jesús dice: "O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran peores pecadores que todos los demás hombres que habitaban en Jerusalén?" (Lucas 13:4).
De nuevo, la respuesta es: "No, no es por eso que la torre cayó sobre ellos. No es porque fueran pecadores". Jesús entonces eleva sus mentes a una comprensión más elevada, recordándoles, una vez más, que "si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lucas 13:4). Aunque se producen calamidades físicas, Jesús quiere que entiendan que no son "castigos divinos" por un comportamiento pecaminoso. Las tragedias ocurren; tiranos despiadados asesinan a personas inocentes; las torres caen sobre víctimas inofensivas; los puentes se derrumban, los volcanes entran en erupción y los terremotos provocan corrimientos de tierra que hacen que miles de personas se precipiten a la muerte. Nada de esto es la voluntad de Dios; tampoco es un acto de retribución divina por vidas pecaminosas.
Cuando se produce cualquier calamidad, ya sea la matanza de inocentes a manos de un dictador despiadado o la pérdida de millones de vidas por la propagación implacable de una plaga mortal, se debe a las decisiones libres que toman las personas o simplemente a la ley natural. Dios no detiene la mano de los villanos, ni interfiere con las leyes de la naturaleza. Cuando Pilato asesinó a los hombres de Galilea, y cuando la torre cayó sobre los hombres de Jerusalén, Dios no intervino. El sufrimiento físico ocurre: puede sucederle a cualquiera, ya sea creyente o no creyente, seguidor de Cristo o ateo acérrimo. No es un castigo de Dios por el pecado humano.
Pero el sufrimiento espiritual es diferente. Es algo que cada uno de nosotros puede evitar, y de lo que cada uno es responsable. Por lo tanto, a cada uno le corresponde reconocer sus pecados, pedir a Dios el poder de desistir de ellos y comenzar una nueva vida. Esto es el arrepentimiento. Esta es la única manera en que podemos evitar el tormento emocional que acompaña a una vida egoísta y centrada en sí misma, al margen de los mandamientos de Dios. En las escrituras, la vida sin Dios es referida como "muerte espiritual". Por eso, Jesús dice: "Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente".
Mediante el uso de estas oportunas ilustraciones -el asesinato deliberado de los galileos inocentes y la muerte accidental de las personas que murieron cuando les cayó una torre encima- Jesús está enseñando que Dios no castiga a los pecadores. Más bien, cada deseo egoísta que abrazamos nos lleva inexorablemente hacia adelante y hacia abajo a la frustración, el odio, la venganza y la crueldad. La acumulación de deseos egoístas que elegimos albergar equivale a lo que realmente somos. Forma nuestra identidad espiritual esencial. Si nos hemos convertido en egoístas, crueles, rencorosos, resentidos, maliciosos y vengativos, es porque hemos elegido voluntariamente abrazar esos sentimientos y, cuando es posible, actuar en consecuencia.
Como resultado, nuestras vidas, que podrían haber sido pacíficas y felices -independientemente de las circunstancias externas- se vuelven inquietas y tristes. Aunque hayamos acumulado una gran riqueza en asuntos externos, podemos elegir el odio en lugar del amor, el resentimiento en lugar de la satisfacción, la ansiedad en lugar de la paz, la duplicidad en lugar de la honestidad y el control de los demás en lugar de respetar su libertad.
Al final del capítulo anterior, Jesús advirtió a sus discípulos que se reconciliaran rápidamente con el adversario, es decir, que tuvieran buena voluntad con todos. Esta, seguramente, es la única manera de escapar de la viciosa espiral descendente del pecado. Y no debemos olvidar que esto debe hacerse rápidamente. Tenemos poco tiempo en este mundo para dar ese giro. Es aquí y ahora cuando tomamos las decisiones que determinarán nuestro destino eterno. Por eso Jesús deja para el final su última advertencia en esta serie. Es la advertencia más importante de todas: "Arrepiéntanse o perezcan". 1
Una aplicación práctica
En los tiempos bíblicos se creía que las personas sufrían desgracias porque de alguna manera "merecían" el castigo de Dios. Dos mil años después, muchas personas siguen sufriendo el mismo malentendido. Si hemos contraído una enfermedad grave, o hemos sufrido un revés económico, o hemos perdido a un ser querido, podemos sentirnos tentados a pensar: ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Esto ha ocurrido porque he pecado contra Dios de alguna manera? La verdad es que Dios siempre está ahí para consolarnos en las calamidades, nunca para castigarnos. En este episodio, que sólo aparece en el Evangelio según San Lucas, Jesús enseña que Dios nunca castiga, independientemente de lo que pueda parecer en el mundo exterior. En cambio, Dios está ahí para bendecirnos y consolarnos dándonos la verdad de su Palabra junto con el poder de vivir de acuerdo con ella. Así que, la próxima vez que te sientas inclinado a pensar: "¿Qué he hecho para merecer esto?", cambia la pregunta por: "¿Cómo me guiará Dios a través de esto?" y "¿Qué puedo aprender de esto?".
La parábola de la higuera
6. Y contó esta parábola: "Un [hombre] tenía una higuera plantada en su viña; vino a buscar fruto en ella y no lo encontró.
7. 7. Y dijo al viñador: 'He aquí, tres años vengo buscando fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Por qué ha de inutilizar también la tierra?
8. Pero él, respondiendo, le dijo: 'Señor, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y eche estiércol [a su alrededor],
9. Y si en verdad da fruto [está bien]; y si no, en el futuro córtalo.'"
El arrepentimiento, en esencia, consiste en reconocer nuestros males, orar por el poder de superarlos, aprender la verdad y vivir de acuerdo con esas verdades. La verdad, sin embargo, sin aplicación no nos sirve de nada. Una persona que está empapada de la verdad, pero que no la pone en práctica, es como un árbol frutal que produce hojas pero no frutos. En el siguiente episodio, Jesús dirige la atención de sus discípulos a este tipo de árbol, diciendo: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y vino a buscar fruto en ella y no lo encontró" (Lucas 13:6).
El dueño de la viña, disgustado por la higuera improductiva, dice a su viñador: "Hace tres años que vengo buscando frutos en este árbol y no los encuentro. Córtalo; ¿para qué deja que consuma la tierra?". (Lucas 13:7). La comparación con cada una de nuestras vidas es clara. No estamos aquí simplemente para consumir aire, comida y agua sin ser también útiles. Estamos aquí para ser productores, no sólo consumidores. Estamos aquí para "ser fecundos y multiplicarnos" (Génesis 1:28) y para llenar la tierra de compasión, comprensión y buenas obras. En resumen, hemos nacido para los demás; no para nosotros solos. En la medida en que hacemos esto, somos como árboles que dan mucho fruto. 2
En esta parábola, y en toda la Palabra, el número "tres" es significativo. Jonás estuvo "tres días" en el vientre de la ballena; el profeta Isaías estuvo desnudo y descalzo durante "tres años", y la resurrección del Señor se realizó en "tres días". El número "tres", pues, representa y significa la finalización de un período de tiempo. En este caso, la higuera no había producido frutos durante un período de tres años. Para entonces, aunque estuviera recién plantada, debería haber empezado a mostrar algunas señales de fruto en las ramas, pero sólo había hojas. 3
Aunque las hojas de un árbol frutal son de vital importancia, lo principal -lo que se pretende de una higuera- es que dé fruto. Si sólo produce hojas, no ha realizado su uso esencial.
Del mismo modo, si nuestras vidas no han sido productivas, o si hemos vivido principalmente para nosotros mismos y no para los demás, no importa cuántas verdades hayamos acumulado, nos "marchitaremos" espiritualmente y no tendremos vida real. Como un árbol que está destinado a producir frutos, pero sólo produce hojas, la fe sin obras es inútil. 4
Sin embargo, el viticultor le ruega al dueño que le diga: "Señor, déjela tranquila también este año, hasta que cave alrededor y la abone. Y si da fruto, bien; si no, puedes cortarla" (Lucas 13:8-9). La súplica del viñador para conservar la higuera representa la abundante misericordia de Dios. Dios no quiere castigarnos ni "cortarnos" por no dar fruto. Más bien quiere que nos arrepintamos, que reconozcamos nuestros males y que ese reconocimiento sea tierra fértil para la producción de frutos. Por eso, el obrero le dice al dueño de la higuera: "Señor, déjala tranquila también este año, hasta que cave alrededor y la abone". 5
El abono, en el sentido espiritual, es el reconocimiento humilde de que hemos pecado, y que estos pecados se han vuelto odiosos para nosotros. Nos repelen las cosas que antes podían darnos placer, y estamos decididos a no volver a hacer, decir o incluso pensar en esas cosas. Rezamos para que cualquier cosa cruel o adúltera que haya en nosotros se pudra, sirviendo sólo de abono para estimular un nuevo crecimiento y el deseo de hacer el bien. 6
Una hija de Abraham
10. Y estaba en una de las sinagogas enseñando los sábados.
11. Y he aquí que había una mujer que tenía un espíritu de enfermedad de diez y ocho años, y estaba encorvada, y no podía en absoluto levantarse.
12. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, has sido liberada de tu enfermedad".
13. Y puso [Sus] manos sobre ella, y al instante se enderezó, y glorificó a Dios.
14. Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús curara en sábado, respondiendo, dijo a la multitud: "Hay seis días en los que [se] debe trabajar; en éstos, pues, venid a curaros, y no en el día del sábado."
15. El Señor le contestó y dijo: "Hipócrita, ¿no suelta cada uno de vosotros en sábado su buey o su asno del pesebre, y lo lleva a dar de beber?
16. Y esta [mujer], siendo hija de Abraham, a quien Satanás ha atado, he aquí, estos diez y ocho años, ¿no debería ser desatada de esta atadura en el día del sábado?"
17. Y diciendo estas cosas, todos los que se oponían a Él se avergonzaron; y toda la multitud se alegró de todas las [cosas] gloriosas que fueron hechas por Él.
Un autoexamen completo y honesto nos lleva a darnos cuenta de que hemos pecado y que sin la guía continua de Dios estaríamos perdidos en el pecado y el egoísmo. De hecho, estaríamos peor que una bestia. Aquí es donde comienza el arrepentimiento, y donde Dios puede fluir. Todas las máscaras, los disfraces y las pretensiones caen. Reconocemos nuestra naturaleza pecadora, y lo mucho que necesitamos a Dios. 7
Un autoexamen tan decidido es la antítesis misma de la hipocresía. Cuando nos comportamos hipócritamente, nos esforzamos por ocultar y negar. Nos negamos a reconocer las tendencias a la codicia y a la maldad que se esconden en nuestro propio corazón. Sin embargo, no es la voluntad de Dios que nos sintamos continuamente abatidos por nuestros pecados. Si bien es cierto que Él permite que lleguemos a estados genuinos de humildad en los que nos enfrentamos cara a cara con nuestras faltas, es sólo para que Él pueda levantarnos, aliviarnos de la opresión de la culpa onerosa y liberarnos.
La culpa obsesiva puede ser paralizante. Esto se ilustra en el siguiente episodio en el que Jesús ve a una mujer que ha estado encorvada durante dieciocho años bajo el peso de "un espíritu de enfermedad". Como está escrito, "Mientras enseñaba en una de las sinagogas en sábado, he aquí que había allí una mujer que tenía un espíritu de enfermedad de dieciocho años y estaba encorvada y no podía levantarse" (Lucas 13:11).
El "espíritu de enfermedad" sugiere muchas cosas que pueden mantenernos encorvados e inclinados, tanto que ni siquiera podemos enderezarnos. En el episodio anterior, aprendimos que el "abono" de la higuera es el reconocimiento de nuestra naturaleza pecaminosa. Este reconocimiento, sin embargo, no está destinado a quitarnos el poder, sino a servir de terreno fértil para nuestro crecimiento espiritual. Aunque el reconocimiento de nuestra naturaleza pecaminosa es esencial, no debemos estar tan "abatidos" por este reconocimiento que nos falte el poder para enderezarnos.
Este es, pues, el contexto espiritual para entender la condición de la mujer que ha estado "encorvada por un espíritu de enfermedad durante dieciocho años". Es una imagen de la situación de cualquier persona que está tan inclinada por la culpa y la vergüenza que no es capaz de enderezarse. Esto no es arrepentimiento; es una culpa obsesiva y un autorreproche desmesurado, del tipo que nos incapacita espiritualmente y nos hace sentir incapaces de hacer algo útil.
En asuntos espirituales, el "espíritu de enfermedad" nos hace sentir débiles y frágiles; nos sentimos impotentes para hacer lo que sabemos que es verdad. Nos sentimos como si estuviéramos encorvados e incapaces de enderezarnos, como la mujer que sufría de un pesado "espíritu de enfermedad". Pero Jesús se acerca a nosotros, como se acerca a esta mujer, diciendo: "Estás libre de tu enfermedad". Después de decir estas palabras a la mujer, Él impone Sus manos sobre ella, llenándola con Su poder.
El resultado es instantáneo: "Y al instante quedó enderezada" (Lucas 13:13). 8
Con el poder de Jesús, esta mujer es capaz de levantarse por primera vez en dieciocho años. En su gratitud por este milagro, responde glorificando a Dios. Pero el jefe de la sinagoga tiene una respuesta muy diferente. En lugar de centrarse en el milagro que acababa de producirse, el jefe de la sinagoga critica a Jesús por curar en sábado. Quejándose ante la multitud, el jefe dice: "Hay seis días en los que se debe trabajar; por tanto, venid a curar en ellos, pero no en el día de reposo" (Lucas 13:14). Ya hemos visto este patrón antes: Jesús cura en sábado; los líderes religiosos se quejan. No parece importarles que una persona sea curada, aunque sea por una aflicción de dieciocho años que la ha mantenido tan encorvada que ni siquiera puede enderezarse. Lo importante para ellos es la ley, la rígida adhesión a la ley, especialmente a la ley del sábado.
Sin inmutarse por la respuesta del gobernante, Jesús aprovecha la situación para enseñar otra gran verdad. Según sus tradiciones, soltar y atar nudos estaba prohibido en sábado. Se consideraba una forma de trabajo. Sin embargo, se hacía una excepción con los animales. Se permitía soltarlos en sábado para que pudieran alimentarse y beber. Consciente de esta discrepancia en su práctica religiosa, Jesús dice: "¡Hipócrita! ¿No suelta cada uno de vosotros en sábado su buey o su asno del establo y lo lleva a abrevar? Así, esta mujer, hija de Abraham, a la que Satanás ha atado -piensa en ello- durante dieciocho años, ¿no debería ser desatada de esta atadura en sábado?" (Lucas 13:15-16).
La lógica de Jesús es irrefutable. El jefe de la sinagoga, junto con todos los demás que se oponen a Jesús, no son capaces de responder. Pero la respuesta es muy diferente entre los que creyeron en Él. Como está escrito. "Y toda la multitud se regocijaba por todas las cosas gloriosas que eran hechas por Él" (Lucas 13:17).
Es notable que Jesús se refiera a la mujer como "hija de Abraham". Al llamarla así, reconoce que es una mujer con una larga y honorable herencia. No la ve como una pecadora, sino como una mujer de noble linaje. En resumen, Jesús ha venido a elevarla, a devolverle un lugar de dignidad, a liberarla de la opresión espiritual y a liberarla de la carga de la culpa y la vergüenza opresivas. Por el contrario, leemos que "sus adversarios fueron avergonzados" (Lucas 13:17).
Uno de los principales objetivos del autoexamen es que primero reconozcamos nuestra propia indignidad. Pero la voluntad de Dios no es dejarnos en ese estado. Por el contrario, Él viene a levantarnos, a liberarnos de la carga de la culpa opresiva y a recordarnos nuestros nobles orígenes y nuestro bendito destino. Como dijo Jesús en su discurso inaugural al principio de este evangelio, "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres... para sanar a los quebrantados de corazón... para liberar a los oprimidos" (Lucas 4:18). Si bien el énfasis en el arrepentimiento es esencial, también es bueno recordar que Jesús no vino a mantenernos encorvados por la vergüenza, sino a enderezarnos con la verdad de su Palabra y el poder de vivir de acuerdo con ella.
El Reino de Dios
18. Y dijo: "¿A qué se parece el reino de Dios? Y a qué lo compararé?
19. Es semejante a un grano de mostaza, que un hombre tomó y echó en su jardín; y creció, y se hizo un gran árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas."
20. Y de nuevo dijo: "¿A qué compararé el reino de Dios?
21. Es como la levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudado."
En el episodio anterior, la curación de la enfermedad de esta mujer demuestra un aspecto importante del arrepentimiento. Debe ser genuino, pero no rastrero. Debemos reconocer nuestros pecados, pero no revolcarnos en ellos. Necesitamos cavar en la tierra, y fertilizar el suelo, no enterrarnos allí. La capacidad de reconocer nuestros males y hacernos responsables es crucial. Esto es lo que nos abre a recibir lo que fluye de Dios. Como un jardín recién removido, con tierra blanda y fértil, estamos preparados para recibir humildemente las semillas celestiales de bondad y verdad. Como dice Jesús: "El reino de Dios es como un grano de mostaza que un hombre tomó y puso en su jardín; y creció y se convirtió en un gran árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas" (Lucas 13:19).
La idea aquí es el crecimiento, un crecimiento ilimitado. Si bien es cierto que todos nacemos débiles e imperfectos, con tendencias a todo tipo de males, también es cierto que nacemos para convertirnos en hijos e hijas de Dios, dotados de un potencial ilimitado. Como la "hija de Abraham" en el episodio anterior, podemos ser elevados por encima del espíritu de enfermedad y llenados con el Espíritu de Dios. Podemos recibir el poder de elevarnos a grandes alturas.
La parábola del grano de mostaza
Este poder para elevarse a nuevas alturas está contenido en la parábola de la semilla de mostaza. Como la semilla de mostaza, todos tenemos un comienzo humilde. Comenzamos como una pequeña semilla, totalmente indefensa, pero con un enorme potencial. Todos empezamos pequeños, pero podemos crecer como una semilla de mostaza, convirtiéndonos en un gran árbol con ramas que llegan hasta el cielo. Y a medida que seguimos creciendo y nos ramificamos en nuevas áreas de comprensión, podemos recibir percepciones de un crecimiento aún mayor: "las aves del cielo" anidarán en nuestras ramas.
Los "pájaros del aire" que anidarán en nuestras ramas representan las muchas formas en que las nuevas percepciones de la verdad fluirán en nuestras mentes, al igual que las ramas de un árbol se extienden en todas las direcciones, dividiéndose, y luego dividiéndose de nuevo. Estas nuevas percepciones de la verdad llevarán consigo las posibilidades de hacer todo tipo de buenas obras. Todo lo que tenemos que hacer es dar el primer paso, hacer el esfuerzo inicial, por pequeño que sea. Puede ser tan sencillo como apartarse de lo que creemos que está mal y hacer lo que creemos que está bien.
Esto puede parecer un pequeño paso en nuestro desarrollo espiritual, no más grande que una semilla de mostaza, pero es un paso poderoso. Los comienzos son importantes. Siempre que damos el primer paso en el camino correcto, se abre el camino para que Dios entre y acelere todo lo bueno que hay en nosotros. Pero no es fácil. Cambiar viejos patrones, romper con hábitos arraigados y establecer nuevas formas de pensar y responder puede ser difícil. En algunos casos, se siente como una batalla espiritual. Por eso son tan importantes los pequeños pasos, los pasos de la semilla de mostaza. 9
Es este proceso de hacer pequeños esfuerzos el que Jesús compara con el crecimiento del grano de mostaza. No somos autómatas. Dios no actúa simplemente en y a través de nosotros sin nuestra cooperación. Por tanto, nos corresponde reconocer los males cuando surgen en nosotros y esforzarnos por evitarlos. Por supuesto, no podemos hacerlo sin el poder de Dios, pero debemos esforzarnos por hacerlo de todos modos. Este esfuerzo nos ayuda a ser espirituales. Así es como Dios construye su reino dentro de nosotros, un esfuerzo a la vez, una semilla a la vez, un brote a la vez, brote a brote, hoja a hoja, hasta que los pájaros del cielo vengan y aniden en nuestras ramas.
La parábola del pan con levadura
Jesús también compara el reino de Dios con "la levadura, que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedó leudado" (Lucas 13:20). Ya hemos hablado de la "levadura de los fariseos" que es la hipocresía. Hablamos de cómo el hongo de la levadura sube gradualmente en el pan hasta que sus gases llenan toda la hogaza, al igual que el engaño puede impregnar gradualmente todo el carácter de uno. Pero hay otra manera de ver este proceso. La levadura también tiene una forma de iniciar un proceso químico que separa las cosas que son discordantes y une las que son concordantes.
Este proceso de unificación de lo que es concordante y de separación de lo que es discordante se refiere especialmente al proceso de nuestra regeneración. Nadie empieza la vida completamente puro. Pero en la medida en que reconocemos los males dentro de nosotros mismos, pedimos a Dios el poder de disiparlos y nos esforzamos por hacerlo, como si hiciéramos ese esfuerzo con nuestro propio poder, las verdades que conocemos y las buenas obras que hacemos se van purificando.
A medida que el proceso de fermentación continúa, comenzamos a ver la realidad espiritual con mayor claridad, y empezamos a reconocer más plenamente que sin Dios no podemos hacer nada. Poco a poco, empezamos a separar nuestras buenas obras de la mancha maligna del mérito propio, para que puedan llegar a ser verdaderamente buenas. Vemos que son inspiradas y realizadas por el poder de Dios.
Este es el proceso de fermentación. Es un proceso que ocurre dentro de nosotros a medida que pasamos por los sucesivos combates de la tentación, que aquí se comparan con el proceso de fermentación del pan. 10
Hacia una nueva comprensión y una nueva voluntad
En la parábola del grano de mostaza, Jesús habla de cómo puede crecer nuestro entendimiento. Lo compara con un árbol que comienza con una pequeña semilla, sólo una pequeña verdad de la Palabra del Señor. Y sin embargo, esta pequeña semilla puede crecer hasta convertirse en algo tan alto que las aves del cielo pueden encontrar un lugar allí. La imagen de las semillas, los árboles, las ramas y los pájaros se relaciona con el lado cognitivo, racional y comprensivo de la naturaleza humana, especialmente con nuestra capacidad de comprender la verdad superior. Estas verdades superiores se llaman "las aves del cielo". 11
A continuación, Jesús habla del proceso de fermentación que tiene lugar en un pan. En la Sagrada Escritura, el pan se refiere al lado emocional y afectivo de nuestra naturaleza, especialmente a nuestra voluntad. A través del proceso de combate espiritual, cuando la verdad se aplica a la vida, comenzamos a separar todo lo que es egoísta en nuestro interior de todo lo que es bueno y viene del Señor. Poco a poco, lo que es sucio y está relacionado con el amor propio se separa de todo lo que es claro y puro. Así se desarrolla en nosotros una nueva voluntad. 12
Podemos ver, entonces, que en estas dos breves parábolas, Jesús describe la historia de nuestro desarrollo espiritual. Para empezar, lo único que tenemos que hacer es dar un pequeño paso adelante, aunque empecemos pensando que lo estamos haciendo todo solos. Aunque esto es sólo una verdad aparente, es necesario al principio de nuestro desarrollo espiritual. Poco a poco, empezamos a darnos cuenta de que cada paso en nuestro desarrollo espiritual y cada batalla que se gana es porque Dios ha estado luchando por nosotros durante todo el camino. Sin embargo, Dios todavía nos anima a luchar contra nuestros males internos como si lo hiciéramos nosotros mismos. Los pequeños esfuerzos que hacemos a lo largo del camino se comparan con el crecimiento de una "semilla de mostaza" cuando se convierte en un árbol alto y el "proceso de fermentación" cuando se convierte en un pan. Cada vez que realizamos estos esfuerzos iniciales, recibimos percepciones cada vez más elevadas de la verdad. Esto está representado por "las aves del cielo" que vienen a anidar en nuestras ramas.
A medida que progresamos en nuestra regeneración, luchando contra los inevitables combates de la tentación, llegamos gradualmente a ver la verdad más elevada de todas, que "la batalla es del Señor". Llegamos a comprender que no podemos reclamar ningún mérito por los pensamientos que vienen a nosotros o las buenas obras que se hacen a través de nosotros. A medida que empezamos a reconocer y comprender esto, la verdad dentro de nosotros se va destilando de la falsedad, y nuestras buenas intenciones se van purificando de los motivos egoístas. Este es el reino de Dios.
El viaje a Jerusalén
22. Y pasó por ciudades y aldeas, enseñando y dirigiéndose a Jerusalén.
23. Y alguien le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Y Él les dijo
24. "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
25. Cuando el dueño de casa se haya levantado y haya cerrado la puerta, y vosotros empecéis a estar fuera y a llamar a la puerta, diciendo: "Señor, Señor, ábrenos, él responderá y os dirá: "No os conozco, de dónde sois".
26. Entonces comenzaréis a decir: 'Hemos comido en tu presencia, y hemos bebido, y has enseñado en nuestras calles.'
27. 27. Y os dirá: 'Os digo que no os conozco, de dónde sois; apartaos de mí, todos los obreros de la injusticia.
28. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y a vosotros [vosotros] arrojados fuera.
29. Y vendrán desde [el] este y el oeste, y desde [el] norte y el sur, y se reclinarán en el reino de Dios.
30. Y he aquí que hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos."
Las parábolas del grano de mostaza y del pan con levadura nos recuerdan que el crecimiento espiritual no es fácil y que el camino de la purificación gradual pasa necesariamente por las luchas de la tentación. Nadie puede salvarse con una simple declaración de fe. Por eso, al considerar la serie espiritual en curso, es conveniente que el próximo episodio trate el tema de la "salvación" y de lo que significa ser salvado.
El episodio comienza con una imagen de Jesús recorriendo "las ciudades y aldeas, enseñando y caminando hacia Jerusalén" (Lucas 13:22). Como lectores, ya sabemos que el "viaje hacia Jerusalén" no es algo que Jesús esté deseando. Sabe que será cruelmente burlado, golpeado y crucificado. Pero también sabe que después de tres días resucitará. Esta "resurrección", por supuesto, también se relaciona con nuestro propio proceso de crecimiento. Acabamos de ver que se compara con el crecimiento de un árbol y la subida del pan. No ocurre fácilmente, ni rápidamente, ni sin lucha. Por el contrario, es precisamente esta lucha la que nos ayuda a unificar todo lo que es bueno y verdadero en nosotros, al tiempo que disipa todo lo que es malo y falso.
Mientras Jesús recorre las aldeas, uno de los habitantes se acerca a Él y le pregunta: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (Lucas 13:24). La respuesta de Jesús comienza con la palabra "Esfuérzate". En el griego original esta palabra tiene una gran fuerza. Es mucho más que "esfuérzate" o "haz lo que puedas". La palabra griega real es agōnizesthe [aγωνίζεσθε], de la que obtenemos nuestra palabra española, "agonizar". Significa trabajar fervientemente, y luchar poderosamente, especialmente contra un antagonista.
Espiritualmente hablando, esto es lo que estamos llamados a hacer en la lucha contra nuestras tendencias negativas. Debemos identificar algo dentro de nosotros que es intrínsecamente malo y luchar poderosamente contra ello, pidiendo a Dios su ayuda en la batalla. Como mencionamos en la parábola de la semilla de mostaza, estos esfuerzos -por pequeños que sean- son los que nos hacen crecer. Así se forma en nosotros el reino de Dios. Esto es lo que significa esforzarse.
Este es el camino estrecho. Preferiríamos que fuera más amplio y más fácil; pero no lo es. Preferiríamos entrar en el reino de Dios por algún otro medio, o por alguna puerta más amplia, pero no hay otra. Por eso, Jesús dice: "Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán" (Lucas 13:24).
La única manera en que podemos "entrar" en el reino de Dios es a través del proceso de tentación espiritual. Las palabras no pueden salvarnos; declarar nuestra fe no puede salvarnos. Incluso las oraciones pronunciadas con desesperación y como último recurso no servirán de nada. Aunque esto pueda parecer cruel, es, de hecho, la máxima misericordia. Dios nos da a cada uno exactamente lo que deseamos, y es nuestra vida -no nuestras palabras- la que manifiesta los deseos de nuestro corazón. No podemos llevar una vida mala y pedir misericordia y salvación en nuestro lecho de muerte. Ello se debe a que nuestra vida se ha convertido en una expresión de nuestros deseos más profundos. 13
"No te conozco"
El arrepentimiento en el lecho de muerte, entonces, es demasiado tarde. Nuestro carácter esencial está formado por las elecciones que hacemos a diario, elecciones que o bien construyen una nueva naturaleza celestial en nosotros o refuerzan nuestra vieja naturaleza infernal. No hay otro camino. Por eso, cuando Jesús exhorta a sus seguidores a "esforzarse por entrar por la puerta estrecha", se refiere al combate diario en el que debemos elegir entre ser generosos o egoístas, perdonar o ser vengativos, ser compasivos o ser crueles. Si nos hemos pasado la vida siendo egocéntricos, implacables y despiadados, una petición de misericordia divina de última hora no puede cambiar el carácter que ya hemos formado. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando añade estas palabras "Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y vosotros estéis fuera y llaméis a la puerta diciendo: "Señor, Señor, ábrenos", os responderá y os dirá: "No os conozco"" (Lucas 13:25).
El "Maestro" de esta parábola es Dios. Jesús nos recuerda que debemos tener cuidado con el estado mental en el que creemos que es nuestra fe y no nuestra vida lo que merece la admisión al cielo. Mientras estamos en este estado, creemos que merecemos el cielo. Estamos fuera de la puerta, llamando, y diciendo: "Comimos y bebimos en tu presencia, y enseñaste en nuestras calles" (Lucas 13:26). Es muy posible que hayamos pasado mucho tiempo absorbiendo las emociones amorosas que provienen de Dios ("Comimos en tu presencia"); y que nos hayamos dedicado a aprender las verdades de su Palabra ("Bebimos en tu presencia"). Además, puede que hayamos dedicado un tiempo considerable a elaborar un sistema de doctrina basado en las enseñanzas de Jesús ("Enseñaste en nuestras calles"). Pero si no hemos ido más allá, y no hemos aplicado realmente estas cosas a nuestras propias vidas, nunca hemos estado realmente en una relación con Dios. Es a este estado en nosotros que Dios dice: "No te conozco".
¿Pero qué pasa si hemos hecho cosas buenas? Incluso entonces, si hemos hecho cosas buenas, creyendo que el poder para hacerlo provenía de nosotros mismos, las hicimos en nuestro propio nombre y no en el nombre de Dios. Aunque hayamos dado crédito a Dios con nuestros labios, nuestros corazones estaban lejos de Él. Seguíamos creyendo que nuestros pensamientos más nobles y nuestras acciones más benévolas provenían de nosotros mismos.
Así es como empezamos todos, atribuyendo la verdad y la bondad a nosotros mismos en lugar de a Dios. Sin embargo, con el tiempo debemos superar este estado; debemos reconocer que sin Dios no podemos pensar nada que sea verdadero ni hacer nada que sea bueno. Hasta que no demos este importante paso en nuestro desarrollo espiritual, no conoceremos realmente a Dios. Por lo tanto, cuando Jesús dice: "No te conozco", la verdad más profunda es que no conocemos a Dios hasta que reconocemos, de corazón, que cada pensamiento verdadero que pensamos y cada obra buena que hacemos proviene de Dios. De hecho, no conocemos realmente a Dios hasta que reconocemos de corazón que le debemos nuestra propia vida. 14
"No sé de dónde eres"
Jesús no sólo dice "no te conozco", sino que añade "no sé de dónde eres". Aunque hagamos cosas buenas, tenemos que preguntarnos de dónde venimos. ¿Venimos de la idea de que el bien que hacemos viene de nosotros mismos? ¿Venimos de la esperanza de que los demás piensen bien de nosotros y nos atribuyan bondad? ¿Partimos de la idea de que la gente quedará impresionada por nuestro conocimiento y comprensión de las realidades espirituales? Estas preguntas nos llevan al terreno de la motivación. ¿Por qué hacemos lo que hacemos y decimos lo que decimos? En otras palabras, ¿de dónde venimos? Si venimos del amor propio y de la gloria propia, Jesús no está familiarizado con esos lugares. No habita en ellos. Tiene sentido, entonces, que Jesús diga a estos estados en nosotros: "Os digo que no os conozco, ni de dónde venís". En otras palabras, Dios no puede identificarse con nuestras motivaciones egoístas. En cambio, dice: "Apartaos de mí, todos los obreros de la iniquidad" (Lucas 13:27).
En resumen, nunca debemos caer en la autocomplacencia, confiando en que nuestros conocimientos sobre la realidad espiritual o incluso nuestras buenas obras meritorias son suficientes para salvarnos. En última instancia, el reino de Dios no tiene que ver con lo que sabemos; ni siquiera con lo que hacemos con lo que sabemos. Se trata de por qué lo hacemos. Este es el camino estrecho. Y determina si seremos "primeros" o "últimos" en el reino de los cielos.
Los que saben mucho, y han puesto mérito en lo que han hecho, se considerarán "primeros", mientras que en realidad pueden ser últimos. Y los que no han puesto ningún mérito en lo que saben o en lo que han hecho, atribuyéndoselo todo a Dios, se considerarán "últimos", pero en realidad pueden ser "primeros". Como dice Jesús: "Vendrán del este y del oeste, del norte y del sur, y se sentarán en el reino de Dios. Y, en efecto, hay [los que son] últimos que serán primeros, y hay [los que son] primeros que serán últimos" (Lucas 13:30).
Todo esto es lo que Jesús dijo a sus discípulos mientras viajaba hacia Jerusalén. Él mismo estaba a punto de enfrentarse a su propia lucha agónica, la lucha por la que todos debemos pasar. Es la lucha por poner el amor a Dios por encima del amor a uno mismo, y por poner el amor a los demás por encima del amor a las posesiones mundanas, el honor o la fama. Esto es lo que significa para Jesús, y para cada uno de nosotros, "caminar hacia Jerusalén". 15
Herodes el Zorro
31. En el mismo día, vinieron unos fariseos, diciéndole: "Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte."
32. Él les dijo: "Id y decid a esa zorra: "He aquí que hoy y mañana expulso demonios y hago curaciones, y al tercer [día] seré perfeccionado".
33. Sin embargo, es necesario que salga hoy y mañana, y el [día] siguiente, porque no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
34. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te fueron enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus crías bajo sus alas, y no quisiste!
35. He aquí, tu casa te ha quedado desierta; pero amén te digo que no me verás hasta que [el tiempo] llegue en que digas: 'Bendito [es] el que viene en el nombre del Señor'."
Mientras Jesús sigue su camino hacia Jerusalén, algunos de los fariseos se le acercan y le dicen: "Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte" (Lucas 13:31). Los fariseos, como sabemos, no están interesados en ayudar a Jesús. De hecho, quieren destruirlo. Entonces, ¿por qué le advierten sobre Herodes, diciendo que Herodes está planeando matarlo? La respuesta está en entender lo que los fariseos representan en cada uno de nosotros, especialmente en el contexto de la serie anterior. Jesús ha estado enseñando sobre la salvación y lo que significa ser salvado. No puede ocurrir mediante declaraciones de fe o la recitación de largas oraciones. Sólo puede producirse mediante el reconocimiento de nuestros males y la lucha por superarlos, confiando en que Dios lo hará. Simbólicamente, este es el viaje que todos debemos hacer. Es el viaje a Jerusalén.
Los fariseos que se acercan a Jesús, pues, advirtiéndole que se vuelva atrás y evite a Herodes, son aquellos estados que en cada uno de nosotros predican la evitación de la tentación; nos animan a tomar el camino fácil, el atajo, el camino de menor resistencia. Sobre todo, estos estados nos animan a evitar la lucha contra nuestra naturaleza inferior. La batalla es demasiado para ti, dicen. No puedes ganar. Huye por tu vida.
Los estados que llevamos dentro son astutos y taimados, como un zorro. Se aprovechan de nuestros miedos y apelan a nuestras ambiciones egoístas. Pero Jesús conoce sus intrigas. Por eso, les dice a los fariseos que le han advertido sobre Herodes: "Id y decidle a esa zorra: "He aquí que hoy y mañana expulso demonios y hago curaciones, y al tercer día seré perfeccionado" (Lucas 13:32). Jesús habla del inevitable viaje a Jerusalén, donde será crucificado y resucitado -es decir, "perfeccionado"- al tercer día.
Pero, en un nivel más profundo, Jesús también está hablando de nuestro desarrollo espiritual que comienza con el arrepentimiento. Es el período inicial en el que se expulsan los demonios del amor propio y del interés propio. Es un momento en el que se rechazan los males como pecados contra Dios. Como dice Jesús: "Yo expulso los demonios". Esto nos lleva a la segunda etapa de nuestro desarrollo espiritual. Es un tiempo durante el cual el entendimiento es reformado, y el proceso de curación ha comenzado. Esto es la reforma. Como dice Jesús, "hago curaciones". Finalmente, en el "tercer día", cuando comenzamos a desarrollar una nueva voluntad basada en un nuevo entendimiento, somos "elevados" por encima de nuestra naturaleza inferior. Esto es la regeneración. Como dice Jesús: "Al tercer día seré perfeccionado".
Por ahora, sin embargo, la tarea de Jesús es simplemente poner un pie delante del otro, haciendo todo lo que está llamado a hacer, día tras día mientras avanza hacia Jerusalén. Como dice Jesús: "Sin embargo, tengo que viajar hoy, mañana y pasado". Cabe señalar aquí que Jesús se refiere a sí mismo como un "profeta" que predice su muerte en Jerusalén. Como dice: "No puede ser que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lucas 13:33).
Se recordará que Jesús se refiere a Herodes como una "zorra", sugiriendo que Herodes es un depredador que se aprovecha de criaturas inocentes, al igual que una zorra ataca y devora a los indefensos polluelos de un corral. Consciente de esta tendencia, Jesús se describe ahora como una madre gallina que haría cualquier cosa para proteger a sus polluelos de la destrucción segura de un zorro merodeador: "Jerusalén, Jerusalén -dice-, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, pero no quisiste" (Lucas 13:34).
En este cuadro, Jesús muestra la misericordia de Dios, siempre y en todo momento dispuesto a reunirnos en su reino celestial. El problema no es que Él quiera excluir a nadie, sino que nosotros rechazamos libremente su protección y su amor: "No habéis querido", dice Jesús. Aunque Jesús anhela colmarnos de todo deleite y toda bendición, sólo podemos recibir esos deleites y bendiciones en la medida en que estemos dispuestos a luchar contra las tendencias egoístas en nosotros mismos.
Esa voluntad de luchar contra nuestras inclinaciones hereditarias al mal está representada por el viaje de Jesús a Jerusalén, incluyendo su negativa a huir de Herodes. Al igual que Jesús puso su rostro en Jerusalén, mostrando su voluntad de enfrentarse a Herodes, nosotros también debemos emprender nuestro propio viaje a Jerusalén; en otras palabras, debemos estar dispuestos a enfrentarnos a nuestro propio Herodes interior: debemos estar dispuestos a participar en las luchas de la tentación. 16
Pero si no estamos dispuestos a hacerlo, nuestras mentes no podrán recibir nada de Dios. Serán lugares vacíos y desolados. Como dice Jesús: "Mira, tu casa te ha quedado desolada" (Lucas 13:35).
Sin embargo, Dios está siempre presente, urgiendo y presionando para ser recibido. Nunca nos abandona. Una y otra vez, nos anima a refugiarnos al abrigo de sus alas. A pesar de nuestro desvío, a pesar de nuestra falta de voluntad de consuelo en la verdad que Él nos proporciona, Dios nunca pierde la esperanza. A pesar de nuestra falta de fe en Él, Dios continúa en su fidelidad hacia nosotros. Y siempre conserva la ardiente esperanza de que un día le reconozcamos y digamos: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lucas 13:35). 17
Una aplicación práctica
Este capítulo se cierra con las palabras: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". Se trata de una referencia a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que está a punto de producirse. Sin embargo, también puede leerse como una exhortación a cada uno de nosotros; puede servir como recordatorio de que todo lo que hagamos y dondequiera que vayamos, no debe hacerse en nuestro propio nombre, sino "en el nombre del Señor". Podemos hacerlo atribuyendo al Señor cada pensamiento verdadero que pensamos, cada deseo bueno que sentimos y cada obra útil que hacemos. Cuando hacemos este reconocimiento, las palabras "Bendito el que viene en nombre del Señor" se convierten en una realidad viva en cada una de nuestras vidas. Nosotros también podemos hacer nuestra entrada triunfal en Jerusalén, confiados en que Dios nos sostendrá en las batallas de la tentación, es decir, mientras "vengamos en el nombre del Señor".
Notas a pie de página:
1. Sobre el Cielo y el Infierno 527: “El arrepentimiento no es posible después de la muerte. . .. La vida de nadie puede ser cambiada de ninguna manera después de la muerte; una vida mala no puede ser cambiada de ninguna manera en una vida buena, o una vida infernal en una vida angélica, porque cada espíritu desde la cabeza hasta el talón es tal como es su amor. ... Por lo tanto, cambiar la vida de una persona en su opuesto es destruir el espíritu completamente. Los ángeles declaran que sería más fácil convertir un búho en una paloma, o un ave cornuda en un ave del paraíso, que convertir un espíritu infernal en un ángel del cielo."
2. La Verdadera Religión Cristiana 406: “Las personas no nacen para sí mismas, sino para los demás; es decir, para que no vivan sólo para sí mismas, sino para los demás".
3. Apocalipsis Explicado 832[2]: “El número "tres" en la Palabra significa lo que es pleno y completo, y por lo tanto un período entero, mayor o menor, desde el principio hasta el final".
4. Arcana Coelestia 9337: “A lo largo de la Palabra se compara a la persona con un árbol. Las verdades de la fe [creencias] de una persona se significan por las hojas del árbol y los bienes de amor [buenas obras] de una persona por los frutos del árbol. De esto se deduce no sólo que "ser fructífero" denota un aumento del bien, sino también que el bien es lo principal de una persona, así como el fruto es lo principal de un árbol. En efecto, las hojas son lo primero, pero en aras del fruto como fin.... Así pues, es evidente que "el fruto de la fe", como se le llama, es lo principal de la fe; y que la fe sin fruto, es decir, sin el bien de la vida, es sólo una hoja. Por lo tanto, cuando alguien (aquí se refiere a "el árbol") abunda en hojas sin fruto, esa persona es la higuera que se marchita y se corta".
5. La Verdadera Religión Cristiana 720: “El Señor no cierra el cielo a nadie, ni siquiera hasta el final de la vida en el mundo, pero las personas se cierran el cielo a sí mismas, y esto lo hacen por el rechazo de la fe y por la maldad de la vida. Y, sin embargo, cada persona se mantiene constantemente en un estado de posible arrepentimiento y conversión".
6. Experiencias espirituales 2660. “La tierra fertilizada por los excrementos representa que los que confiesan sus pecados inmundos y reconocen que son estiércol son la clase de tierra de la que brota la semilla. Del mismo modo, en la otra vida, cuando los placeres inmundos, como los del adulterio y la crueldad, se pudren y se vuelven hediondos como el estiércol, de modo que empiezan a aborrecerlos, entonces estas personas son como un suelo en el que se puede sembrar la propensión al bien." Ver también Apocalipsis Explicado 837[5]: “Lo primero en la reforma es desistir de los pecados, rehuirlos, y finalmente llegar a tenerles aversión... Estos pecados deben ser tenidos en aversión porque se oponen a la Palabra, por tanto al Señor, y en consecuencia al cielo, y porque son en sí mismos infernales."
7. Arcana Coelestia 3175: “Las personas nunca nacen en ninguna verdad, ni siquiera en ninguna verdad natural, como que no deben robar, no deben matar, no deben cometer adulterio, y similares; menos aún nacen en ninguna verdad espiritual, como que hay un Dios, y que las personas tienen un interior que vivirá después de la muerte. Por lo tanto, de por sí la gente no sabría nada que se relacione con la vida eterna. Las personas deben aprender estas dos clases de verdades; de lo contrario, serían mucho peor que un animal bruto; pues por su naturaleza hereditaria, se aman a sí mismas por encima de todo y desean poseer todas las cosas del mundo. Por lo tanto, a menos que sean restringidos por las leyes civiles y por el temor a la pérdida del honor, de la ganancia, de la reputación y de la vida, robarían, matarían y cometerían adulterio, sin ninguna percepción de la conciencia."
8. Arcana Coelestia 10023[7]: “Por la "imposición de la mano" del Señor, y también por su "toque", se significa la comunicación y recepción del poder divino". Ver también Arcana Coelestia 10130[6]: “En la Palabra, el toque de la mano significa comunicación, transferencia y recepción. Esto se debe a que la actividad de todo el cuerpo se recoge en los brazos y en las manos, y en la Palabra las cosas interiores se expresan por medio de las exteriores. De ahí que por los 'brazos', las 'manos' y especialmente por la 'mano derecha' se signifique poder".
9. Amor Divino 17: “Los males que hay que evitar son todos los que se encuentran escritos en el Decálogo. En la medida en que las personas luchan contra éstos porque son pecados... su mente espiritual se abre, y el Señor entra a través de ella en su mente natural y la dispone para hacer usos espirituales. Si alguien, luchando contra los males porque son pecados, adquiere para sí mismo en el mundo algo de vida espiritual, aunque sea muy poco, esa persona se salva, y los usos de la persona aumentan después, como un grano de mostaza que crece hasta convertirse en un árbol." Ver también Sobre el Cielo y el Infierno 533: “Cuando a una persona se le presenta algo que sabe que es deshonesto e injusto, pero a lo que su mente se inclina, simplemente hay que pensar que no debe hacerse porque se opone a los preceptos divinos.... Cuando una persona ha hecho un comienzo, el Señor realiza todas las buenas acciones con esa persona, y hace que el individuo no sólo vea que los males son males, sino que también se abstenga de desearlos, y finalmente se aleje de ellos".
10. La Divina Providencia 25: “Las tentaciones espirituales no son otra cosa que combates contra los males y falsedades que se exhalan desde el infierno y que afectan a la persona. Por medio de estos combates la persona se purifica de los males y falsedades, y el bien se une a la verdad en esa persona, y la verdad al bien. Las fermentaciones espirituales se producen de muchas maneras, tanto en los cielos como en la tierra; pero en el mundo no se sabe qué son ni cómo se efectúan. Porque hay males y falsedades juntos que hacen una obra, cuando se introducen en las sociedades, como la de la levadura puesta en la harina, o los fermentos en el vino nuevo, por la cual se separan las cosas heterogéneas y se unen las homogéneas, y la pureza y la claridad son el resultado." Ver también Arcana Coelestia 1698: “Los bienes y las verdades aparentes se purifican gradualmente por medio de los conflictos que constituyen la tentación."
11. Apocalipsis Explicado 1100[8]: “La frase 'un árbol de un grano de mostaza' significa el comienzo de una persona a partir de un bien espiritual muy pequeño por medio de la verdad; porque si sólo un bien espiritual muy pequeño echa raíces en una persona, crece como una semilla en buena tierra. Y como un 'árbol' significa así una persona de la iglesia, se sigue que 'las cosas aladas del cielo' que hicieron nidos en sus ramas significan los conocimientos de la verdad y los pensamientos de la misma." Ver también Arcana Coelestia 5149[3]: “Si no es por el sentido interno, nadie puede saber que "pájaros" significa cosas que pertenecen al entendimiento, como los pensamientos, las ideas, los razonamientos, los supuestos básicos y, en consecuencia, las verdades o falsedades, como en Lucas 13:19 … donde "las aves del cielo" significan verdades".
12. La Verdadera Religión Cristiana 659: “Todos los males a los que una persona se inclina por nacimiento están inscritos en la voluntad de la propia naturaleza al nacer; y en la medida en que la persona recurre a estos males, fluyen hacia sus pensamientos; de la misma manera, los bienes con verdades fluyen desde el Señor hacia los pensamientos y allí se equilibran como pesos en la balanza. Si la persona adopta entonces los males, éstos son recibidos por la vieja voluntad y se añaden a los que hay en ella; pero si la persona adopta los bienes con verdades, el Señor forma una nueva voluntad y un nuevo entendimiento por encima de la vieja, y allí por medio de las verdades implanta gradualmente nuevos bienes, y por medio de éstos subyuga los males que hay debajo y los elimina, y dispone todas las cosas en orden."
13. Arcana Coelestia 8179[2]: Los que están en las tentaciones son propensos a aflojar las manos y recurrir únicamente a las oraciones, que luego derraman ardientemente, sin saber que las oraciones no servirán de nada. En cambio, deben luchar contra las falsedades y los males que les inyectan los infiernos. Esta lucha se lleva a cabo por medio de las verdades de fe, que ayudan porque confirman los bienes y las verdades contra las falsedades y los males. Además, en los combates de la tentación, una persona debe luchar como de sí misma, pero reconociendo y creyendo que es del Señor.... Cuando una persona lucha como de sí misma, y aún así cree que es del Señor, entonces los bienes y las verdades se apropian de la persona .... A través de este proceso la persona [es dotada con] una nueva voluntad". Ver también Experiencias espirituales 5492: “El arrepentimiento en el momento de la muerte no sirve de nada".
14. La Divina Providencia 326[6]: “Sólo los que viven bien pueden reconocer a Dios en el corazón.... Esto se debe a que aman las cosas divinas que provienen de Él al hacerlas". Ver también Arcana Coelestia 2892: “La libertad y la paz celestiales se confieren a los que llevan una vida buena. Creen que el Señor gobierna el universo, y que todo el bien que es el amor y la caridad, y toda la verdad que es la fe, provienen sólo del Señor. En efecto, creen que el Señor es la fuente de toda vida y que en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser."
15. La Nueva Jerusalén y su Doctrina Celestial 78: “En una palabra, el amor a sí mismo y el amor al mundo son totalmente opuestos al amor al Señor y al amor al prójimo. El amor a sí mismo y el amor al mundo son amores infernales, pues también reinan en el infierno y constituyen el infierno con una persona; pero el amor al Señor y el amor al prójimo son amores celestiales. También reinan en el cielo, y constituyen el cielo con una persona".
16. Arcana Coelestia 8403[2]: “Los que no han sido instruidos sobre la regeneración suponen que una persona puede ser regenerada sin tentación; y algunos que una persona ha sido regenerada después de pasar por una sola tentación. Pero sepa que sin tentación nadie se regenera, y que se suceden muchas tentaciones, una tras otra. La razón es que la regeneración tiene lugar con el fin de que la vida del hombre viejo muera y se insinúe la nueva vida celestial, lo que muestra que debe haber necesariamente una lucha, porque la vida del hombre viejo se resiste y no está dispuesta a extinguirse, y la vida del hombre nuevo no puede entrar sino donde la vida del hombre viejo se ha extinguido. Por lo tanto, es evidente que hay una lucha en ambos lados, y esta lucha es ardiente, porque es por la vida".
17. La Divina Providencia 115: “El Señor insta y presiona continuamente a cada persona para que se abra la puerta a sí misma, como se desprende de sus palabras en el Apocalipsis: "He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a esa persona y cenaré con ella, y esa persona conmigo".