La Divina Providencia #212

212. ¿Quién no habla de la suerte? ¿Y quién no lo reconoce, porque lo nombra y porque sabe algo de él por experiencia? Pero, ¿quién sabe lo que es? No se puede negar que es algo, porque lo es y ocurre. Y una cosa no puede ser y existir sin una causa, pero se ignora la causa de esa cosa o de la fortuna. Pero para que no se niegue por el mero hecho de ignorar su causa, toma los dados o los naipes, y juega, o consulta a los jugadores. ¿Cuál de ellos niega la suerte? Porque juegan admirablemente, ellos con ella y ella con ellos. ¿Quién puede ir contra ella, si se obstina? Entonces, ¿no se ríen la prudencia y la Providencia? ¿Y no es, al tirar los dados y barajar las cartas, que ella sabe, por así decirlo, y dispone los giros y cambios de los movimientos de las manos para favorecer a uno más que a otro por alguna causa? ¿Puede existir esa causa por otro origen que la Divina Providencia en el último, en el que actúa admirablemente con la prudencia humana por la constancia y la inconstancia, permaneciendo oculta?

[2] Se sabe que los gentiles de antaño habían reconocido la fortuna y le habían construido un templo, incluso los italianos en Roma. Sobre esta fortuna, que es, como se ha dicho, la Divina Providencia en último término, se me ha dado a conocer muchas cosas que no es lícito manifestar, y por las cuales se me ha hecho evidente que no es una ilusión de la mente, ni un juego de la naturaleza, ni algo sin causa, pues eso no es nada, sino un testigo ocular de que la Divina Providencia está en las cosas más singulares de los pensamientos y acciones del hombre. Como la divina Providencia está en lo más singular de las cosas viles y frívolas, ¿cómo no estará en lo más singular de las cosas que no son ni viles ni frívolas, que son las cosas de la paz y de la guerra en el mundo, y las cosas de la salvación y de la vida en el cielo?